“Nombrar lo Humano” – Segundo encuentro del Ciclo Debates Urgentes

El pasado viernes, como parte de las actividades que tuvieron lugar en el marco del IV Encuentro Latinoamericano de profesionales, docentes y estudiantes de trabajo social – V Congreso Nacional de Trabajo Social, el Grupo Interdisciplinario de Estudios en Ciencia, Sociedad y Cultura (Ci.So.C-FCH) y el Programa de Género de la UNICEN promovieron un espacio de reflexión en torno a la temática de criminalización, encarcelamiento y justicia.

El panel estuvo integrado por la Lic. Yanina Venier quien coordinó el encuentro, donde conversaron “Higui” Eva Analía de Jesús, Camila Chiara Grinberg, Laurana Malacalza y Moira Goldenhorn. Por la tarde en un auditorio repleto del Centro Cultural Universitario, tomó la palabra Yanina Venier quien puso en contexto la actividad, recordando la intención de pensar la criminalización, el encarcelamiento y la justicia tratando de generar perspectivas críticas desde teorías feministas, criminológicas y sociológicas. Venier subrayó la importancia de que la propia “Higui” pudiese contar en primera persona su historia de vida, la cual tomó dimensión pública cuando luego de defenderse al sufrir un ataque lesbo-odiante por parte de un grupo de varones, pasó 8 meses en prisión. Tras lograr su liberación, en julio de 2017, la “Campaña por la Absolución de Higui” realiza diferentes actividades para visibilizar que se trató de un caso de legítima defensa y para lograr que se la absuelva en el juicio que tendrá lugar en febrero de 2020.

Dividida entre la tensión de tener frente a sí a una multitud y la alegría de poder agradecer de primera mano a las personas que “juntes lograron mi liberación”, Higui relató su historia frente a un público que la escuchó en silencio y se rió con ella cuando hizo chistes. “Por pobre, lesbiana y gorda estuve adentro”. Con esta frase contundente sintetizó el episodio por la que muchos, muchas y muches activaron reclamando justicia. Higui pasó 8 meses en la cárcel y todavía sigue sufriendo de los huesos. Evocó la pregunta que muchxs se hicieron “¿Por qué no me fui del barrio? Porque tengo mis sobrinitas y no quería que pasen por lo mismo que yo pasé”. Mencionó que quienes la apoyaron para lograr su libertad, la vieron como persona y al hacerlo ella pudo verse como tal. Recordó su crianza “en el respeto que mi familia me ha inculcado”. Puso el acento en el patriarcado, “te hace creer que sos una mierda y antes yo me lo creía, por eso estuve 8 meses en la cárcel, porque toda mi vida sentí que era una mierda”. También interpeló al público en relación a los privilegios de los varones en este sistema patriarcal “¿porque un ‘chongo’ tiene derecho a prendernos fuego, a violarnos, a maltratarnos, a matarnos?”.

Uno de los momentos más emotivos de su testimonio fue cuando contrastó su pasado con su presente. Frente a un auditorio lleno de ojos y oídos ávidos, reconoció que nunca supo expresarse y que eso representó una dificultad enorme mientras estuvo presa. Señaló que está estudiando y que logra entender muchos de los libros que le regalan. Además, lamentó no haber tenido imaginación en su pasado, pero contó, mostrándose muy orgullosa de eso, que ahora si la tenía.

Agradeció en reiteradas oportunidades a la gente que la apoyó: “no sólo me dieron la libertad de la cabeza, me dieron la libertad de mis derechos: yo no sabía que tenía derechos” y también con metáforas, como la del equipo de fútbol del mundial, donde cada jugador/a se olvida de su equipo particular y al meter un gol todos se abrazan y se olvidan de lo que los separa. En relación a lo que vivió cuando estuvo presa contó que nunca creyó en la justicia, que ella callaba porque confiaba en que su familia iba a vender “hasta lo último” para sacarla. Higui reconoció que ignoraba la enorme movilización feminista que tomó carácter especialmente masivo en Argentina desde el “Ni Una Menos” de julio de 2015 y que fue este apoyo el que le restituyó sus derechos, que también desconocía que tenía. Antes de cerrar, afirmó que ahora puede morirse tranquila porque lo va a hacer –lo subrayó- despierta y confía en que, con todo el apoyo recibido, finalmente va a obtener la absolución en la causa en que se la condenó. Se despidió como empezó: agradeciendo a quienes fuimos a escucharla: “ustedes son potencia de esperanza, son fuego de lucha, son un fuego de amor”.

Laurana Malacalza, magíster en poder y sociedad desde la perspectiva de género y licenciada en historia, docente e investigadora de la UNICEN, hizo de la incomodidad que acabábamos de experimentar al escuchar el relato a corazón abierto de Higui una fuerza y señaló explícitamente la posibilidad transformadora que tienen los testimonios al retomar lo humano, la dimensión humana de las violencias. Lo testimonial, mencionó, retoma la humanidad que queda totalmente desdibujada por las violencias. Destacó la tarea fundamental que tienen las instancias colectivas de transformar la experiencia de las violencias en un discurso político. “Si hay algo que el encarcelamiento hace es terminar con la individuación, la individualidad, la subjetividad, la humanidad. Que Higui haya encontrado esas palabras para nombrar lo que nombró sobre su propia historia de vida y cómo vivenció la cárcel, es la dimensión que nos debemos retomar a niveles académicos y para reflexionar sobre nuestras profesiones y prácticas”.

Laurana, siempre atenta al público presente que en su mayoría eran estudiantes, profesionales y docentes en trabajo social, enfatizó la necesidad de cuestionar, sin restarle mérito, la tipificación que hace el Estado de las violencias, que reduce el fenómeno a un tecnicismo, a una burocratización y que aleja el costado humano del problema social. De este modo explicó la lógica de poder en general y del poder punitivo en particular, que genera tanto una distancia de las víctimas como prácticas de deshumanización. Invitó a ceder protagonismo a los testimonios para que estos nos interpelen, así como a las prácticas profesionales e institucionales. En este contexto, invitó a encontrar formas de nombrar las violencias que se despliegan en los territorios, en las cuerpas, en las historias y trayectorias de vida recuperando las dimensiones que reflejen humanidad y sensibilidad.

El centro de la propuesta de Malacalza se basó en pensar el control social desde una perspectiva de género. Desde la línea clásica de la agenda de los estudios de género y feministas se piensa el encarcelamiento y castigo de las mujeres como una cuestión correctiva exclusivamente. Como lo que hace el sistema penal es corregir, cuando se produce una desviación de las conductas individuales, esa corrección siempre aparece, desde la criminología crítica, desde los estudios feministas, pensado como una corrección en términos morales, una corrección de disciplinamiento que se funda, sobre todo, por no haber cumplido con roles y estereotipos asignados a las mujeres. En esas instancias de disciplinamiento hay dos articulaciones, la moral y la religión, que siempre aparecen vinculadas. La causa que se le inicia a Higui y todos los estereotipos que se reformulan dentro de esas prácticas judiciales, aparecen con mucha evidencia en el accionar de la justicia penal. Aunque los estereotipos acerca de cómo deben vivir la sexualidad y cómo deben comportarse las mujeres no son exclusivos de éste ámbito y se reflejan, también, en prácticas de control social dentro de las instituciones estatales. A medida que fue avanzando su disertación fue delineando el desafío de rastrear las transformaciones del control social en el presente. Propuso considerar cómo se imbrican la historia del control estatal sobre las formas de ser mujer en el mundo y de vivir las prácticas sexuales y las prácticas de vida, con otras formas de judicialización y de criminalización y de control social sobre las mujeres, sobre las personas travestis y trans, sobre las lesbianas, sobre las mujeres negras, originarias y migrantes con otro paradigma que se empieza a sustentar, más allá del disciplinamiento, sobre el paradigma de la vigilancia.

Este implica al menos tres instancias. Una primera que se vincula con la caracterización por parte de los Estados de “grupos peligrosos”, que no se piensan, desde el poder, como grupos que resisten a sus estructuras, sino como grupos peligrosos que necesitan ser perseguidos, vigilados y controlados en los distintos despliegues territoriales que hagan. Citó la situación de Latinoamérica en la actualidad para ejemplificar esto último. Como complemento de este primer punto aparece el enorme despliegue de las fuerzas de seguridad por los territorios, que empiezan a confundir, con cierta intencionalidad, las funciones entre seguridad y defensa. En tercer lugar, el Estado delega los sistemas de vigilancia en la propia comunidad, promoviendo mayor participación en instancias de control social.

Lo que resulta, según Malacalza, de la combinación de los procesos de disciplinamiento y el proceso de vigilancia, son nuevas instancias de criminalización, de persecución y judicialización de otras identidades. Como el eje principal de las agendas de gobierno y estatales en la actualidad es la “guerra contra el narcotráfico”, en la Provincia de Buenos Aires existe un número altísimo de mujeres trans y travestis criminalizadas por tenencia de estupefacientes. Causas que, en su mayoría, se inician por denuncias que hacen lxs propios vecinxs en lugares (antes) utilizados para el trabajo sexual o la prostitución, que empiezan a ser cooptadas por pequeñas redes de narcotráfico para pequeñas redes de estupefacientes. Lo novedoso de estos procesos es que se reconfigura la territorialización y hacia qué lugares se dan esas instancias de vigilancia. Ya no se vigila solamente a los pobres, se vigila a quienes transitan la vía pública, a quienes transitan en lugares céntricos y se promueve cada vez más el encarcelamiento pero el otro, en barrios privados, para aquellos que quieren estar completamente fuera de ese “desorden público”. La profundización del modelo neoliberal en todas sus prácticas, propone e impulsa las políticas de seguridad y políticas penales como centrales en la resolución de conflictos sociales. Toda situación de violencia o conflictos sociales se resuelven (o se impulsan para que se haga) desde el ámbito penal o seguritario, para legitimar, justamente, el enorme despliegue de fuerzas y de violencia por parte del Estado.

En la fase final de su alocución, Laurana Malacalza propuso afrontar el desafío de aumentar el conocimiento sobre la reconfiguración del control social sobre las mujeres e identidades no hegemónicas en el sistema cisheteropatriarcal, para tener una acción mucho más proactiva en identificar esas prácticas y las nuevas violencias que produce esa combinación de sistemas control y de sistemas de disciplinamiento. Cerró con una reflexión sobre los feminismos argentinos y la dificultad de éstos para hablar sobre la violencia que viven las mujeres en las cárceles, muchas de las cuales están completamente solas, reciben muchos años de condena, que, en su mayoría, son primeras condenas, al ser personas que no han tenido experiencia previa en el sistema de justicia.